07Nov
Cuando la terapia se convierte en control
Una persona acude a terapia porque algo le pasa. No va por deporte ni por costumbre. Va porque está en duelo, porque ha perdido el trabajo, porque se siente confundida o vulnerable. Va buscando guía, alivio, claridad. Lo que no imagina es que podría salir de ese espacio con un problema más grande que el que llevó. Pero eso ocurre. Y cuando ocurre, duele. Duele mucho. Porque nadie va a terapia esperando que el terapeuta se convierta en el nuevo problema.
El vínculo terapéutico es, por definición, asimétrico. El terapeuta tiene el saber, la técnica, las herramientas. El paciente, en cambio, se presenta con su historia, sus heridas, sus dudas. No están en igualdad de condiciones, y por eso el poder del terapeuta debe estar regulado por la ética. Porque ese saber puede ayudar… o puede controlar.
El vínculo terapéutico es, por definición, asimétrico. El terapeuta tiene el saber, la técnica, las herramientas. El paciente, en cambio, se presenta con su historia, sus heridas, sus dudas. No están en igualdad de condiciones, y por eso el poder del terapeuta debe estar regulado por la ética. Porque ese saber puede ayudar… o puede controlar.
Cuando empecé a notar que en mis sesiones no había lugar para mi voz, para mis gustos, ni siquiera para mis decisiones personales, me pregunté si eso era normal. Que alguien te diga qué música debes escuchar, qué libros debes leer, qué hacer con tu casa, tu trabajo o tus vínculos… ¿eso es terapia?
Durante años, me dijeron que los síntomas físicos que tenía —dolores, ansiedad, insomnio— eran parte del proceso. Que la incomodidad era señal de avance. Que si me sentía mal, era porque estaba resistiendo el cambio. Pero hoy sé que no es así. Hoy sé que el cuerpo también habla. Que si en una terapia no me siento mejor sino peor, algo no está bien.
Durante años, me dijeron que los síntomas físicos que tenía —dolores, ansiedad, insomnio— eran parte del proceso. Que la incomodidad era señal de avance. Que si me sentía mal, era porque estaba resistiendo el cambio. Pero hoy sé que no es así. Hoy sé que el cuerpo también habla. Que si en una terapia no me siento mejor sino peor, algo no está bien.
Descubrí: que lo que yo viví no fue terapia. Fue otra cosa. Fue una forma de control.
Escribí El juego mental del terapeuta desde la necesidad de comprender. De ponerle nombre a lo que viví. Y, sobre todo, desde la urgencia de compartir lo que descubrí: que lo que yo viví no fue terapia. Fue otra cosa. Fue una forma de control..
Este libro es una herramienta para otros. Es mi forma de decir: cuidado. Escucha tu cuerpo. Contrasta la información. Busca segundas opiniones. Existen líneas como la Línea 100 o los Centros de Emergencia Mujer que pueden orientarte de forma gratuita y anónima. Porque lo que pasa en una sesión no siempre es fácil de entender mientras lo estás viviendo. Y a veces, solo después de salir, logras ver lo que realmente era.
Este libro es una herramienta para otros. Es mi forma de decir: cuidado. Escucha tu cuerpo. Contrasta la información. Busca segundas opiniones. Existen líneas como la Línea 100 o los Centros de Emergencia Mujer que pueden orientarte de forma gratuita y anónima. Porque lo que pasa en una sesión no siempre es fácil de entender mientras lo estás viviendo. Y a veces, solo después de salir, logras ver lo que realmente era.
Hoy miro atrás con otra claridad. Y si esta historia, transformada en palabras, sirve para que otra persona ponga límites, cuestione o simplemente se escuche más, entonces todo este camino, tan difícil, habrá valido la pena.
El Juego Mental del Terapeuta ya está a la venta en:



